Óscar Cenzano ha armado un motor universal y lo ha plantado en unas afueras serenas y horizontales de Arrúbal, pertenecientes al llano y cercanas al cielos, pero también fronteras con la carretera y con un polígono. Este doble vínculo, con la naturaleza y con la civilización, ya explica, de entrada, necesariamente, la entraña y la fábrica de Los cuatro elementos: arbóreo e industrial, geológico y arquitectónico, enraizado y construido.
Adopta en un mismo cuerpo algunas formas familiares y públicas del fuego, del agua, del viento y de la tierra. Está plantado como si se tratara de una antorcha, de la orilla de un río, de una veleta o de una roca. Los cuatro elementos es todo menos un 'monumento', pues lejos de sentirlo inmóvil y grave, y a pesar de su empaque de cemento, hierro, piedra y acero, funciona como una estructura ligera, transitable, dinámica, aérea. La ves, de cerca o de lejos, y la asocias con elementos reconocibles de una población: una puerta, un mirador, un campanario, una fuente, una plaza, un pararrayos, el árbol del parque. Es, por tanto, no sólo una construcción que cita a los elementos, sino que es en sí misma elemental y primordial.
Los cuatro elementos no solamente se encuentra expuesta. La exposición a los elementos que representa es su razón de ser y estar: su verdadero tema. Está donde está para ser retocada con cada golpe de agua, de viento, de luz, de frío o de calor. La piel le irá cambiando segundo a segundo. La tierra la irá trepando. No habrá ni dos días en que esta escultura sea la misma, pues Óscar Cenzano ha querido que la forja de su obra sea la misma que lo mueve todo. Por eso, Los cuatro elementos reúne con inusual imbricación la robustez y la sensibilidad, la dureza y la piel fina, lo cósmico y lo local, la quietud y la fuerza motora.
Bernardo Sánchez. Fuente: Los cuatro elementos, Óscar Cenzano.